Creativo, audaz, lúdico, generoso, ubicuo, cañero, minucioso, exitoso… Carles representa el nuevo paradigma de cocinero contemporáneo, preocupado tanto por la creación culinaria pura como por la reinvención de conceptos olvidados y por el desarrollo de negocios posibilistas. Técnica depurada, gesto preciso, mirada siempre inquieta, apertura mental, capacidad de gestión y liderazgo son algunas de las claves para entender como aquel joven y entusiasta cocinero del primer Bulli es ahora referente gastronómico nacional e internacional. El tiempo siempre ha estado de su parte.
-¿Cómo te encontraste con la cocina?
-¡La cocina me encontró a mí! A los 21 años, después de la mili, sin saber qué hacer, aunque sabiendo que era hábil con las manos, me apunté a la Escuela de Hostelería de Barcelona, que acababa de abrir. Coincidí con Sergi Arola, con José Andrés, con Morros, con Gatell, con Marqués… Una generación heroica. Pero yo todavía no sabía si me gustaba. Fue trabajando en Els Pescadors de prácticas cuando, aburrido de hacer cafés en la barra, me pedí la cocina y… ¡me interesó!
-Aunque los principios son duros…
-Desde luego. Porque lo que me tocaba era fregar platos. Pero sentí que ahí había algo maravilloso. Lo entreví poco después en la Odisea, con Antonio Ferrer… La “nouvelle cuisine”, las salsas hechas al momento…
-Estabas en el camino…
-Comencé realmente a andar, sí, cuando me apunté a un grupo de cocineros con ideas muy vanguardistas –“Joves Cuiners”- entre los que estaba Ferran Adrià. Habiendo oído que estaba medio loco, le pedí subir a El Bulli para ver aquello… y me dijo que sí. En Semana Santa de 1987 ya estaba en Cala Montjoi.
-Y finalmente, el flechazo.
-Sí. ¡Cómo se trabajaba allí! Leíamos los últimos libros culinarios de Francia, discutíamos sobre gastronomía, hablábamos de los productos, polemizábamos con las cocciones… Aquello era refinamiento, aquello era cocina de verdad.